En SANTIAGO, siendo 13 de Noviembre de 2006
y al amanecer,
miré al cielo y devine en considerar
las experiencias que viví, que en este códice a VS expongo.
Mi madre era bella como el alba,
de su pecho salía la luz,
acariciaba mi pelo como viento al correr.
En noches de aflicción
decía cantos
de aves silvestres y me dejaba dormir.
Era bella y blanca como la luz
jugaba en mis juegos
y era cielo de intenso color.
En las noches de la montaña,
miro a la estrella más lejana
y vuelvo a escuchar las alas de un jilguero al volar.

En las bayas de las ramas
en que los pétalos se suelen enredar,
hay telarañas diminutas que esperan.
Las aves no saben del dolor de un bicho diminuto,
no saben por qué los pétalos se enredan al pasar,
sólo en su desazón, un bicho diminuto va a llorar
y una araña presurosa podrá también el pico de
las aves desdeñar, para que todos
al final
sintamos mucho pesar y debamos exclamar
que se pueden enredar los pétalos en las bayas y todo irá muy mal.

En la tarde de tenue luz
los trinos se escuchan y peces al saltar
En esa tarde
siento a mi madre llamar,
una voz que suena como manantial.
Me ilumina con sus manos,
me dice que todos los años
los manzanos vuelven a florecer.

Entonces ya sé que no sé volar
porque
de las ramas rotas yo al caer sufriré.
No sé ser una piedra, que el calor de la hoguera no la incomoda,
ya que
mi mano se sonroja con ese ardor.
Sólo sé ser un animal,
que al pensar descubre sin cesar qué no es y qué quiere ser.
Y tal vez ni siquiera sé pensar,
porque al pensar me conduelo.
Sólo en una noche de estrellas,
con una fugaz, me voy a volar,
hasta donde no hay aire que respirar,
al Sol ardoroso voy a llegar…
Sin dolor y sin pesar.

Hasta el fondo del mar voy feliz
si ella va allá.
entonces pensaré, que no necesito del aire para amar.
De la mano danzaré si su mano va conmigo,
sobre el fuego de un volcán,
y sabré que ese fuego no nos separa.
Estaré decenas de años solo si ella es mi recuerdo
y pensaré que el tiempo no me sanará jamás.

En el cielo hay estrellas;
en la playa hay granos de arena;
en el mar gotas de agua;
en el prado de lavanda hay fragancia
y
en los ojos de mi madre se ven el bosque, las montañas;
el cielo, la playa, el mar, un prado de lavanda
y una caricia que hará recordar.

Huele magnífico el prado
y de fresias es grata fragancia;
lo es el aroma de lavanda y bergamota también,
las hojas de cilantro que entre los dedos frotar;
hay bosques que es un agrado oler.
Pero bella fragancia es la del sexo ardiente,
las axilas y genitales húmedos y sus pelos,
que no huelen a flor silvestre,
sino a un animal
y sólo cuando arde, su aroma exuda
y de belleza a mi mente turba.

Ví de tus pupilas profundas
como si en la nada del fondo
un enjambre quisiera huir.
Pero te hablo,
y mi voz
se extravía.
Sólo el perfume de tu piel
quedará para la siguiente floración.

La Luna allá en lo alto y el Sol;
las estrellas que están mucho más allá;
la Luna que va de un brinco a otro,
como si fuera tras el Sol,
buscando en el sinfín, algún juego ejecutar.
Pienso que lejos de aquí,
una gran niña,
más grande que la montaña,
más grande que toda la cordillera,
estará una mañana a soplar
esporas de Dientes de León para que salten,
como estrellas,
innúmeros Soles y Lunas
que jueguen por doquier.